
El miedo creció como creció lo que sentía. Nunca dijo lo que realmente pensaba, no se lo permitió. Tampoco contó la verdad de lo que le pasaba aunque las palabras entre ambos no faltaron nunca.
Ella tenía una historia oscura, dolorosa que de compartirla derrumbaría todo. Él, en cambio, se arriesgó a más. No dio explicaciones, nadie se los pidió, pero intentaba explicarlas aunque ella lo callaba. La costumbre se acomodó entre los dos como los sueños en voz baja y los planes en voz alta.
Un futuro que nadie planificaba pero que iba llegando solo, a velocidad de la luz.
Todo se desvaneció. El día oscureció. La noche se volvió larga y silenciosa. En el pecho ella volvió a tener ese sentimiento extraño y amargo que ya conocía.
La soledad regresó a ocupar su lugar en la cama que, por un momento, le fue quitado. Se acomodó en el huequito tibio que él dejó. Un fantasma que no tenía cara pero que reflejaba en el aire una sonrisa malvada. Siempre estuvo ahí, acechando, sabiendo que no tenía que irse muy lejos.
Volvió para recordarle como dolía su presencia. Para enfriar sus sábanas y sus sentimientos, para seguir cosechando lo que ya había sembrando antes.
Entre ellos dos no fue necesario decir "adiós", se interpretó.
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