martes, 25 de noviembre de 2014

Un año sin él

Pasó más de un año de la última vez que lo vio, bien lo recuerda porque no puede olvidar que esa tarde hacía mucho calor. Ella había elegido con detenimiento un vestido corto de color claro. Había usado poco maquillaje, su collar preferido y los zapatos que no eran tan altos como los de costumbre. Recuerda también el perfume que utilizó, pues desde entonces lo tiene guardado intacto en su placard y tan sólo lo ha vuelto a usar para recordar las noches de pasión.

Ella atesora en su memoria, como el más lindo recuerdo de su vida, la última vez que se encontraron. Sin embargo, está enojada porque se le borraron de la mente los pequeños detalles. Se esfuerza por al menos retener el aroma de su piel, la sensación de sus labios, la intensidad de su mirada que lograba paralizarla por completo, las cosquillas que le producían los besos que le daba en el cuello y la tranquilidad que le daba dormir a su lado. 

Entre ellos nunca estuvo nada claro. Nunca ninguno luchó por el otro ni se propusieron ser algo más que dos amantes. Como niños dejaron que el destino jugara con ellos: separándolos y volviéndolos a encontrar cada tanto. A veces lo ayudaban con un simple mensaje, una inconfundible señal para demostrar el deseo, que podía bien ser una palabra o un descuido cuidado de un erróneo envió de una letra al azar que se caía del teclado. 

Él siguió con su vida pero cada tanto la recordaba y dejaba escapar una de esas señales. Ella las recibía con una sonrisa y la satisfacción de que la llama seguía prendida. Pero con el dolor y con la angustia en el alma las intentaba dejar pasar. No tenía el valor de pelear por algo que nunca fue ni podría ser suyo aunque no dudaba en que era capaz de haber dado la vida por volver a verlo. 

miércoles, 13 de agosto de 2014

Despertar

La abrazó fuerte. Le dio un beso y se fue.

Ella volvió a su casa, se recostó en la cama y sintió unas inmensas ganas de llorar.

El tiempo no sólo se llevó sus años, su juventud, su belleza y algo de su inocencia sino también se llevó el poco amor que le quedaba.
Había cosas que callaba, que prefería no decir, que guardaba bajo llave en el alma. Cosas que dolían, que quemaban tan profundamente que prefería dejarlas arder en su interior antes de reflotarlas.
Cada tanto añoraba ese abrazo, lo repetía en su cabeza una y otra vez; hasta el hartazgo. Muchas veces dudaba de si realmente había existido o era un mero deseo de la necesidad de su cuerpo de ser tocado por aquellos brazos. El engaño mental le daba unos segundos de sonrisa artificial. La típica comodidad de la mentira. Pero, al abrir los ojos, sentía el frío, el vacío, la lejanía y la nada.

Ella solía pensar que nadie la veía, sintió que se había vuelto invisible. Ya no pensaba en ese abrazo ni en ese beso. Ya no recordaba su voz, se esforzaba por encontrar entre sus recuerdos el sonido de su risa o la sensación que le provocaba a su cuerpo cuando se le acercaba y le susurraba al oído logrando estremecerla entera, como un escalofrío fugaz, intenso y placentero.

Tres, cuatro, ocho años más tarde se dio cuenta que ninguno de los dos era el mismo de antes. Un golpe de suerte los reencontró, quizás se trató de un sueño o fue una realidad, difícil de saber porque ella solía verlo en todos lados al cerrar sus ojos. Ficticio o no, se dio cuenta de que los pies de ambos estaban gastados porque ya habían recorrido muchos kilómetros. Sus labios ahora eran más finos, sus besos no eran tan apasionados, su piel no era tan tersa, sus tatuajes se habían arrugado y la pasión era distinta a la que solían tener durante sus encuentros.

Se dio cuenta que por esperar se había olvidado de la vida, se había olvidado de sentir, se había olvidado de amar. Se dio cuenta que equivocarse era una palabra que estaba en el diccionario pero, por haberla borrado, había quedado varada en el tiempo y no se animó a lanzarse de nuevo a la vida, no se animó a vivir una historia parecida pero rodeada por otros brazos. 
Nunca volvió a sentir otro calor y, ahora, ahogada en las sombra de lo que no fue, el frío la recubre y marchita...

sábado, 21 de junio de 2014

La voz

Aunque ya no estaba más con él, la escuchaba.
No importaba quien estuviera a su lado, ni que hubiera sucedido la noche anterior, él la escuchaba.
Sus palabras bendecían sus mañanas. Su música no le gustaba, él mentía, decía que le agradaba. Pero no, el folklore nunca le gusto, él sólo quería oír su voz.
En algún momento, todos dejan una marca en la otra persona. Bueno o malo, algo queda y, esta no fue la excepción. En él quedó mucho más que el recuerdo de un simple amor.
Ella tenía un problema, o tal vez unos cuantos, pero uno resaltaba entre los demás y por eso se había terminado aquella relación.
Mientras tanto, en silencio, a su lado iba otra persona. Otra, otra de las tantas, otra del montón, que no tenía idea de quién era esa voz. Aunque, quizás, de saberlo la hubiera sepultado con un ruido mayor. En cambio, prefirió guardar silencio y mirar para otro lado. Mirar para afuera; ver las calles, las casas, los edificios, la gente, dejar pasar cuadras y semáforos cambiar una y otra vez de color. Sólo dejó recorrer por su cuerpo ese escalofrío, propio pero ajeno, que la ubicó en un lugar distinto del que hubiera prefería ocupar.
¿Qué la diferenciaba de ella? siempre se preguntó. Aunque, en el fondo lo sabía. En su interior resonaba esa palabra que no quería salir a flote o -mejor dicho- que no dejaba. Esa palabra dolía y cada vez que se la pronuncia algo se desvanecía alrededor. Sin embargo, para no olvidar que existía se la tatuó estratégicamente  en un lugar donde no pudiera verla pero al que pudiera ir a buscarla cada vez que necesitara saber que aún existe.
Esta otra nunca se atrevió a pedirle que se quedera una noche más. Menos aún, que cambiara el dial.

sábado, 8 de marzo de 2014

Nada dura para siempre

Escuchar el galopar de un caballo por la ciudad es extraño. Sus patas contra el piso generaban un sonido intenso que se expandía y golpea contra las paredes de los edificios como queriendo meterse. Pero las torres de concreto lo rechazaban y lo devolvían a la calle con un eco envolvente como si entendieran que no pertenecía a esta época.
Esos pasos los despertaron y por un momento se sintieron en otro lugar, distante y lejano a las calles porteñas. 
Sin abrir los ojos, ella respiró profundo; olió el perfume y sintió el peso de un brazo que le rodeaba el abdomen. 
El café recién hecho y su sonrisa hicieron que esa mañana tuviera una mezcla perfecta.
Él se fue. Sin tomar ni siquiera una taza y dejando incumplidas todas las propuestas que le hizo durante la noche.
Solo dejó su aroma atesorado en la almohada pero, al cabo de un tiempo, también se esfumó