sábado, 21 de junio de 2014

La voz

Aunque ya no estaba más con él, la escuchaba.
No importaba quien estuviera a su lado, ni que hubiera sucedido la noche anterior, él la escuchaba.
Sus palabras bendecían sus mañanas. Su música no le gustaba, él mentía, decía que le agradaba. Pero no, el folklore nunca le gusto, él sólo quería oír su voz.
En algún momento, todos dejan una marca en la otra persona. Bueno o malo, algo queda y, esta no fue la excepción. En él quedó mucho más que el recuerdo de un simple amor.
Ella tenía un problema, o tal vez unos cuantos, pero uno resaltaba entre los demás y por eso se había terminado aquella relación.
Mientras tanto, en silencio, a su lado iba otra persona. Otra, otra de las tantas, otra del montón, que no tenía idea de quién era esa voz. Aunque, quizás, de saberlo la hubiera sepultado con un ruido mayor. En cambio, prefirió guardar silencio y mirar para otro lado. Mirar para afuera; ver las calles, las casas, los edificios, la gente, dejar pasar cuadras y semáforos cambiar una y otra vez de color. Sólo dejó recorrer por su cuerpo ese escalofrío, propio pero ajeno, que la ubicó en un lugar distinto del que hubiera prefería ocupar.
¿Qué la diferenciaba de ella? siempre se preguntó. Aunque, en el fondo lo sabía. En su interior resonaba esa palabra que no quería salir a flote o -mejor dicho- que no dejaba. Esa palabra dolía y cada vez que se la pronuncia algo se desvanecía alrededor. Sin embargo, para no olvidar que existía se la tatuó estratégicamente  en un lugar donde no pudiera verla pero al que pudiera ir a buscarla cada vez que necesitara saber que aún existe.
Esta otra nunca se atrevió a pedirle que se quedera una noche más. Menos aún, que cambiara el dial.