sábado, 8 de marzo de 2014

Nada dura para siempre

Escuchar el galopar de un caballo por la ciudad es extraño. Sus patas contra el piso generaban un sonido intenso que se expandía y golpea contra las paredes de los edificios como queriendo meterse. Pero las torres de concreto lo rechazaban y lo devolvían a la calle con un eco envolvente como si entendieran que no pertenecía a esta época.
Esos pasos los despertaron y por un momento se sintieron en otro lugar, distante y lejano a las calles porteñas. 
Sin abrir los ojos, ella respiró profundo; olió el perfume y sintió el peso de un brazo que le rodeaba el abdomen. 
El café recién hecho y su sonrisa hicieron que esa mañana tuviera una mezcla perfecta.
Él se fue. Sin tomar ni siquiera una taza y dejando incumplidas todas las propuestas que le hizo durante la noche.
Solo dejó su aroma atesorado en la almohada pero, al cabo de un tiempo, también se esfumó

No hay comentarios:

Publicar un comentario