Escuchar el galopar de un caballo por la ciudad es extraño. Sus patas contra el piso generaban un sonido intenso que se expandía y golpea contra las paredes de los edificios como queriendo meterse. Pero las torres de concreto lo rechazaban y lo devolvían a la calle con un eco envolvente como si entendieran que no pertenecía a esta época.
Esos pasos los despertaron y por un momento se sintieron en otro lugar, distante y lejano a las calles porteñas.

El café recién hecho y su sonrisa hicieron que esa mañana tuviera una mezcla perfecta.
Él se fue. Sin tomar ni siquiera una taza y dejando incumplidas todas las propuestas que le hizo durante la noche.
Solo dejó su aroma atesorado en la almohada pero, al cabo de un tiempo, también se esfumó
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