miércoles, 13 de agosto de 2014

Despertar

La abrazó fuerte. Le dio un beso y se fue.

Ella volvió a su casa, se recostó en la cama y sintió unas inmensas ganas de llorar.

El tiempo no sólo se llevó sus años, su juventud, su belleza y algo de su inocencia sino también se llevó el poco amor que le quedaba.
Había cosas que callaba, que prefería no decir, que guardaba bajo llave en el alma. Cosas que dolían, que quemaban tan profundamente que prefería dejarlas arder en su interior antes de reflotarlas.
Cada tanto añoraba ese abrazo, lo repetía en su cabeza una y otra vez; hasta el hartazgo. Muchas veces dudaba de si realmente había existido o era un mero deseo de la necesidad de su cuerpo de ser tocado por aquellos brazos. El engaño mental le daba unos segundos de sonrisa artificial. La típica comodidad de la mentira. Pero, al abrir los ojos, sentía el frío, el vacío, la lejanía y la nada.

Ella solía pensar que nadie la veía, sintió que se había vuelto invisible. Ya no pensaba en ese abrazo ni en ese beso. Ya no recordaba su voz, se esforzaba por encontrar entre sus recuerdos el sonido de su risa o la sensación que le provocaba a su cuerpo cuando se le acercaba y le susurraba al oído logrando estremecerla entera, como un escalofrío fugaz, intenso y placentero.

Tres, cuatro, ocho años más tarde se dio cuenta que ninguno de los dos era el mismo de antes. Un golpe de suerte los reencontró, quizás se trató de un sueño o fue una realidad, difícil de saber porque ella solía verlo en todos lados al cerrar sus ojos. Ficticio o no, se dio cuenta de que los pies de ambos estaban gastados porque ya habían recorrido muchos kilómetros. Sus labios ahora eran más finos, sus besos no eran tan apasionados, su piel no era tan tersa, sus tatuajes se habían arrugado y la pasión era distinta a la que solían tener durante sus encuentros.

Se dio cuenta que por esperar se había olvidado de la vida, se había olvidado de sentir, se había olvidado de amar. Se dio cuenta que equivocarse era una palabra que estaba en el diccionario pero, por haberla borrado, había quedado varada en el tiempo y no se animó a lanzarse de nuevo a la vida, no se animó a vivir una historia parecida pero rodeada por otros brazos. 
Nunca volvió a sentir otro calor y, ahora, ahogada en las sombra de lo que no fue, el frío la recubre y marchita...

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