
Ella atesora en su memoria, como el más lindo recuerdo de su vida, la última vez que se encontraron. Sin embargo, está enojada porque se le borraron de la mente los pequeños detalles. Se esfuerza por al menos retener el aroma de su piel, la sensación de sus labios, la intensidad de su mirada que lograba paralizarla por completo, las cosquillas que le producían los besos que le daba en el cuello y la tranquilidad que le daba dormir a su lado.
Entre ellos nunca estuvo nada claro. Nunca ninguno luchó por el otro ni se propusieron ser algo más que dos amantes. Como niños dejaron que el destino jugara con ellos: separándolos y volviéndolos a encontrar cada tanto. A veces lo ayudaban con un simple mensaje, una inconfundible señal para demostrar el deseo, que podía bien ser una palabra o un descuido cuidado de un erróneo envió de una letra al azar que se caía del teclado.
Él siguió con su vida pero cada tanto la recordaba y dejaba escapar una de esas señales. Ella las recibía con una sonrisa y la satisfacción de que la llama seguía prendida. Pero con el dolor y con la angustia en el alma las intentaba dejar pasar. No tenía el valor de pelear por algo que nunca fue ni podría ser suyo aunque no dudaba en que era capaz de haber dado la vida por volver a verlo.