viernes, 3 de febrero de 2017

Atentado al prejuicio

Fui víctima de lo peor: del prejuicio. En medio de un mundo en guerra contra la tolerancia, fui víctima. Al volver al país el miércoles en el avión me topé con un señor musulmán, con su turbante, acompañado de su mujer que también lucía sus típicas vestimentas. 
Al verlos me helé, pensé que hasta ahí había llegado mi vida, que no la iba a contar. Supuse lo peor, me hice la película. En mi cabeza pensaba que este señor iba a hacer explotar el avión, o tal vez iba tomarnos de rehenes o cosas así. Luché contra eso, decidí relajarme y no ser prejuiciosa ya que nunca lo soy. Pero las noticias te meten miedo, penetran en tu inconsciente, te vuelven inseguro de gente sólo por su lugar de origen o su forma de vestir. 

Logré surfear el atentado mental, lo superé y en mi silencio les pedí disculpas con mucha vergüenza. 


Un poco más de nueve horas después de emprendido el viaje el piloto anunció que ya estábamos aterrizando en Ezeiza y la azafata nos pidió que no nos paremos, pero el señor de turbante se levantó. 


Ante la mirada atónita de todos caminó por el pasillo y fue al baño. Creo que hubo gente que hasta llegó a mandar algún mensaje despidiéndose de un ser querido. 

Pero el musulmán sólo apretó el botón de la cadena del inodoro, no el de una bomba. El tenía que ir al baño como cualquier otro ser humano. 

Todos volamos por el aire de la peor imaginación. De hecho, todos fuimos víctimas del peor atentado: el prejuicio.

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